domingo, 31 de agosto de 2008

Alquimia.


Todo lo que tiene que ver con la Alquimia me interesó siempre.
Debo destacar que mi interés no se basa en la transformación de los metales en oro. Es mucho más profunda la transformacón a la que me refiero.
Especialmente en la época que vivimos, inmersos en la carrera por ganar más dinero, comprar determinadas cosas para proyectar una imagen, la competencia en todo nuestro entorno, tener una familia perfecta. Tanto sacrificio externo, nos deja poco tiempo para los cambios internos y lo más difícil mantenernos firmes a nuesta esencia, ser fieles a nosotros mismos.
Convencida estoy que el atanor más perfecto somos nosotros. Los ingredientes que utilizamos son parte fundamental. Con todas sus sombras y luces, con sus desamores y contradicciones, con sus esperas.
Los alquimistas hablan del viaje iniciatico, ese viaje que no tiene retorno porque sus consecuencias nos marcan, nos cambian, nos transforman, nos elevan, nos acerca al punto máximo de nuestro ser.
Todo cambio es un proceso. Es como cuando se hace un pan, todos los ingredientes son importantes, si nos olvidamos de uno, cambiará su sabor. Como también la dedicación que le obsequiamos tiene que ver. Hasta la paciencia cumple una función. La levadura necesita tiempo y determinada temperatura para leudar. De todos los componentes, hay uno, que nunca puede faltar, el amor en cualquiera de sus manifestaciones. Es el ingrediente primordial, es lo que nos hace vibrar, crecer, reír, emocionar, llorar. Es sin duda el elemento alquimico por excelencia.
Es lo que produce el oro más puro, el que nos da la felicidad, que ningún otro elemento nos puede dar. Vivimos en un mundo que hay muchas cosas que nos encandilan por su brillo. Nos quieren convencer que todo es un acto de compra venta. Al lo cual pregunto: se puede comprar la emoción del reencuentro, el abrazo de un hijo, la mirada que lo dice todo, el estallido de la pasión que llevamos dentro?

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