jueves, 11 de marzo de 2010

Nueve.


Nueve años tiene el niño que me dijo con los ojos empañados: " El amor duele." La sensación que tuve al escuchar estas palabras fue idéntica a estar manejando y frenar de golpe. Tal cual.
Lo abracé. Con mis ojos ya empañados también, le susurré que no podía contradecirle su afirmación porque es una verdad absoluta.
Con nueve años ya está enamorado. Es un amor no correspondido. Sufre por ello. Desde su dolor me confesó que prefería no estar enamorado. Intenté consolarlo, diciéndole que lo entendía más de lo que podía imaginar.

Muchos porqués salieron a flote de su interior. ¿Porqué elegimos a determinadas personas? ¿Porqué "ese sentir" nos dirige internamente? ¿ Porqué decide e influye en nuestro estado de ánimo? ¿ Porqué gobierna nuestro actuar en el resto de nuestra vida?

A lo cual me enfrentó ante la nada fácil explicación de que en estos temas no es la mente sino que el corazón, el que dirige. No hay explicación a las elecciones que este hace. Son muchas veces sin sentido, alocadas, apasionadas, delirantes, hasta riesgosas. Continuará siendo el mayor de los misterios.

Entre mis brazos, me dijo: "Sabes,... sé que tengo todo en la vida, pero no lo que yo quiero."
Esta frase todavía me taladra. Porque tanta claridad en el espíritu, no se encuentra frecuentemente. Y su significado, mueve muchas cosas.

Compartí su dolor. Me conmocionó que siendo tan pequeño, estuviera descubriendo tanto.
Adoré hablar con él de par a par. ¿Quién era el adulto, quién era el niño? De un salto me llevó a la reflexión, de ver claramente, que ser adulto de verdad es animarse a sentir como un niño.
Pero ante todas las cosas entendí el desafío de acompañarlo por los caminos del sentir.
Ese niño de nueve años, es mi hijo.