lunes, 14 de diciembre de 2009

Dentista.


Mi amiga luego de su cita, pasó a visitarme. Para no perder la costumbre transformó algo tan normal como puede ser la visita al dentista en algo paradójico.
Así de simple fueron los sucesos. Cambio de amalgamas. Luego de todos las historias fantásticas que el odontólogo argumentó. Para ella, gracias a tener dientes muy sanos, sus visitas han sido solo de control. Por lo cual significó, por vez primera anestesia. El primer pinchazo. Nada agradable pero soportable. Espera de varios minutos dando tiempo a los efectos evidentes. Comienzan a trabajar, con los horrorosas máquinas vibradoras. Ups!!! Todos notan, en especial mi amiga, que no hay aún ningún tipo de efecto adormecedor. Dos pinchazos más. La odontóloga ligeramente nerviosa. Espera más de lo necesario para mayor seguridad. Continúa. Y para la sorpresa de todos... la anestesia no hizo nigún efecto!!! Mi amiga completamente dolorida de los tres pinchazos y de lo "poco" que habían realizado en su boca. No había otra posibilidad que terminar lo que estaba ya a medio camino. La dentista con ojos de ternero degollado, le explicó a mi amiga que no había otra alternativa que llevar a cabo el trabajo. Mi amiga me jura que parir duele menos, sentir que "juegan" con tus dientes vivos, con la máquinas morbosas, es un castigo.
La historia no termina allí, al ser tan alborotada la experiencia, solo se hizo lo imprescindible para dejar ir lo más pronto posible a la paciente y dejar recuperar a la odontóloga que a esa altura estaba su semblante en una palidez verdosa. La realidad era que de alguna manera había que terminar como se debe. Otra cita. Esta vez casi que todos los de la praxis, la esperaban solo a ella, y todos nerviosos. En esta oportunidad la jeringa la tomo un odontólogo, y por las dudas una anestesia para caballos, comenta mi amiga, porque esta vez si dieron en el nervio y lo durmieron. Tanto que pasaron casi seis horas para recuperar la mitad de su boca, labio y lengua.

Moraleja:
Mi amiga argumenta lo siguiente: Mi compañero me ha dicho luego de mi primera cita algo que me abrumó más que la propia sorpresa del dolor. " Tu estás demasiado viva para que te duerman!"
Es verdad. Porque el dolor fue insoportable, pero la sensación de estar dormida, de no sentir parte de mi, lo es aún peor. Hay dolores inevitables. Y el miedo a evitarlos no nos libera.
Mi amiga muy sonriente y vivaz me dijo clavando sus ojos en los míos: "El que quiera entender, que entienda."

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